Es normal que aquel que expone a su organismo a una agresión
de una manera continuada, acabe acostumbrándose a ella. El cerebro posee
mecanismos de adaptación tan poderosos que pueden hacer sobrellevar situaciones
increíbles. Para nosotros sería imposible vivir soportando la pestilencia de un
basurero mientras que hay gente que, desgraciadamente, se ha habituado a ello y
ha rebajado la agresión olfatoria a un malestar llevadero.
En España casi el 80% de la población está sometida a ruidos
por encima de los 80 decibelios, cuando el límite recomendado por la OMS es de 65
dB. Somos ruidosos y lo sabemos. ¿Quién no ha oído aquello de que a un español se le puede reconocer por el tono de su voz en
cualquier lugar del mundo? Sea por nuestro carácter festivalero o por la permisividad
ante esta agresión acústica continua, nos hemos acostumbrado a tener que subir el
volumen para ser escuchados por encima del sonido ambiental. Un estudio
publicado en la revista Behavioral
Ecology, en el que participaron investigadores del Consejo Superior de
Investigaciones Científicas, concluía que los pájaros urbanos se esfuerzan y
cantan más alto para poder compensar el ruido de las ciudades. Hasta los
pájaros de ciudad son más cañeros.
España, desde hace décadas, es el país más
ruidoso de Europa. Pero debemos ser conscientes de que los bichos raros no son
los extranjeros silenciosos, sino nosotros mismos. El ruido de nuestras casas y
calles, es mucho más que una simple molestia, es causa de una larga lista de
efectos perjudiciales para nuestra salud y que pueden ir desde unas simples
reacciones fisiopatológicas (como la taquicardia, el aumento de la presión
arterial, la disminución del peristaltismo intestinal, el insomnio o la fatiga)
hasta verdaderos daños orgánicos (acúfenos, sordera…). Aunque cueste de creer, las patologías afectan a todo el organismo: gastritis, colitis, contracturas y dolores neuromusculares,
alteraciones de la coordinación, problemas visuales, dolores de cabeza,
irritabilidad, estrés, problemas coronarios, dificultad respiratoria, estreñimiento,
hiperglucemias, agitación, depresión, impotencia sexual, alteraciones
inmunológicas, agresividad, problemas del lenguaje y el desarrollo intelectual en
niños… y la lista podría seguir un par de líneas más.
Es evidente que cuanto
más alto sea el nivel del ruido y la duración de la exposición, mayor es el
riesgo de sufrir daños, pero en este país, quien más quien menos tiene que
lidiar con el problema. En el caso del ruido en el lugar de trabajo, esta
duración suele ser la de una jornada de trabajo de ocho horas y la pérdida de
audición que se va produciendo a lo largo
del tiempo por lo que no siempre es fácil de reconocer. La mayoría de los
trabajadores no se dan cuenta de que se están volviendo sordos hasta que su
sentido del oído ha quedado dañado de forma permanente.
La Ley del Ruido en España se aprobó en el año 2003 con el
objetivo de prevenir, vigilar y reducir los niveles de contaminación acústica,
para evitar molestias y daños a la salud y al medioambiente. Pasada más de una
década, España sigue segunda en el pódium de los países más ruidosos, por
detrás de Japón.
¿Somos verdaderamente conscientes del efecto nocivo de la contaminación acústica? El control de los niveles de ruido es competencia directa de los Ayuntamientos y aquí, nunca mejor dicho, los resultados van por barrios. Factores como el tráfico de vehículos, el bullicio de la gente, el sonido de las industrias y el barullo de los bares y terrazas, las fiestas locales, los talleres y los ferrocarriles se suman para dar el resultado final. Mientras hay ciudades que se han convertido en un reducto de paz y tranquilidad, como Zamora o Soria (las más silenciosas), hay otras muchas que son molestas fábricas de sordos, como Ceuta o Valencia.
¿Somos verdaderamente conscientes del efecto nocivo de la contaminación acústica? El control de los niveles de ruido es competencia directa de los Ayuntamientos y aquí, nunca mejor dicho, los resultados van por barrios. Factores como el tráfico de vehículos, el bullicio de la gente, el sonido de las industrias y el barullo de los bares y terrazas, las fiestas locales, los talleres y los ferrocarriles se suman para dar el resultado final. Mientras hay ciudades que se han convertido en un reducto de paz y tranquilidad, como Zamora o Soria (las más silenciosas), hay otras muchas que son molestas fábricas de sordos, como Ceuta o Valencia.
Si vives en Valencia debes saber que estás en el número uno de
la lista de contaminación acústica en España. Quizá para algunos, eso todavía
sea motivo de orgullo, ya que pueden relacionar el ruido con la alegría, la
vitalidad, el bullicio o el jolgorio, pero una vez más deberíamos intentar
buscar el equilibrio entre la diversión y la salud.
Concienciarnos de la
toxicidad del ruido es importante. Demos el primer paso y cuidemos el ambiente
sonoro de nuestras casas y nuestro entorno. Todo cambio debe empezar por
nosotros mismos.